Lisandro Gómez
¿Te ha pasado encontrar afuera, entre las
cosas (porque también las palabras mientras están muertas son meros objetos) algo
que creías dentro de ti?
Las palabras
poseen algún tipo de misterio, una vida secreta, que reactiva el animal furtivo
nuestro.
Poseen magia.
Nuestro cuerpo,
nuestra percepción misma, funciona por resonancia. Cierro los ojos. Mis oídos son ahora el único lazo con la realidad: no
definen nada, ni las figuras ni sus bordes, mas esa “imprecisión” se da siempre
como un pulso. La carne y la piel vibran, como cualquier objeto de la faz de
este mundo.Me ocurrió ayer. Revisaba un libro arduo de Haroldo de Campos, Galaxias, que me obsesiona por su
oscuridad, porque no dice nada, y así
está bien.
Tarde o temprano
todo significa.
Como lector de
poesía, me preocupo, y me asfixio, ante la “claridad” de nuestra época.
(Acabo de
descubrir que me resulta más fácil encontrarme en la tercera persona: sin
pudor, hablo sobre mí cuando lo describo:
salió trémulo de
la habitación. apretó los ojos bajo la luz de la luna el viento se extiende
siempre el mismo. lo había visto. era él. no importaba que su cuerpo fuera la
ceniza pálida que conservaba en esa ánfora discretamente guardada. lo había
visto el mismo. los ojos oscuros como perdidos y la sonrisa delirante y
benévola de hacía poco). Palabras repetidas: trémulo, temblor, pálido, oscuro.
Las encuentro siempre.
¿significa que
estas reiteraciones dan cuenta de quién soy? En la poesía sucede algo similar:el
arte se escinde entre lo personal y lo neutro. Asentado en la diagnosis no se
hace poesía, pero el poema es la constatación de ese vago rumor, de ese vaho ríspido
que rasga el vientre y escapa.
Dije claridad: yo
mismo, en mi vida diaria, hurgo entre los objetos y emblemas de este tiempo
para explicar o explicarme cómo y quién soy, desde cuándo y cuánto valgo. Recia
costumbre del martirio, rezago de una cándida lectura de Sartre a los 19 años
de seguro.
La bulla de la calle. Los hombres, sus sombreros. Sus
catacumbas llenas de ollas de monedas y edificios de cristal y fierro y garras
y espectros: una máscara, un reino. Camino para buscar entre los desechos,
entre tanta luz que abruma, tanto brillo que maúlla y mata. El llanto no
existe. Como tampoco la muerte. Ni el dolor.
Sorpresivo
encuentro de un ritmo interno.
Sin necesidad de
decir “algo”. Música. Resonancia. Vibración. Escucho el silencio en la
respiración del poema que respira en mi boca. Lenta palpitación de las palabras
en los labios que sintonizan instantáneos con el poema.
Un retumbar que
recorre mis cimientos y mis huesos.
El poema es de
nadie. La distancia entre su concepción y su forma definitiva distinguen al
verdadero poeta del aficionado o del farsante.
(se dijo que en
esa página no aparecía su nombre, por más que su nombre figuraba amenazante.
“si estoy en la lista, vendrán a buscarme, tal vez hoy mismo; tal vez esperaban
que revisara la lista para ir a buscarme, acaso alguien se dirige ahora mismo a
mi encuentro. ¿no tengo escapatoria acaso?).
Buscar en el
poema una redención.
Por más que nadie me vea o me escuche me mantengo
firme sobre la arena río mareaardiente
aquí estoy
navego busco entre las espumas azules de la noche el
vientre afilado de una mujer distinta cada vez
su resplandor es similar al viento o a las estrellas
cuyos nombres he memorizado Asterion por ejemplo es similar a un enjambre de
avispas o a las marcas escarlatas que tarja la peste sobre el cuero de las
bestias
La magia de
encontrar una música, que sin explicación alguna, sintoniza con el oscuro
navegante que viaja en mí.
Oficio del
lector de poesía: distinguir entre la luz y la luz.
El chisporroteo y la flama son reales,
también los gatos, las flores de plástico en la mesa, el manuscrito nervioso
que concluye.
Oficio del
poeta: edificar “un libro o casi una escultura doblez y desdoblez da viaggio”
(Haroldo de Campos). No decir nada: epifanía: pura escultura
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